2016, AÑO DEL TESTIMONIO:
“Ata el testimonio, sella la ley entre mis
discípulos.” (Isaías 8:16)
Los niños
exploradores de mi época, cuando hacían una buena acción, por ejemplo ayudar a
una anciana a cruzar la calle, ataban su pañoleta. No hay quien no lleve atado
a su corazón alguna experiencia de amor puro en la infancia, como cuando un
grupo de niños encontró una billetera botada en la calle y uno de ellos, el
hijo del carabinero, exclamó: “¡Hay que entregarla en la comisaría!” Fue un
hermoso acto de honradez originado en una buena educación moral. La bondad, la
pureza, ese amor ingenuo de la infancia, es preciso rescatarlo. No digo que un
niño esté exento de maldad pero esa edad es como un pozo del cual podemos
extraer lo mejor de nosotros porque aún el alma no ha sido totalmente contaminada
con el egoísmo, la envidia, la ambición y todos esos males que cargamos los
adultos.
Esta frase de
Isaías me toca hondo porque nos invita a atar lo más preciado por un creyente:
el testimonio de que Dios es real y existe un mundo espiritual más allá de este
universo concreto que tanto nos amarra y limita. Ese otro universo, espiritual
e ilimitado, habitáculo de seres angélicos, desde donde la Divinidad comanda
todas las cosas es más rico y placentero que este mundo contaminado por la
injusticia y la maldad humanas. Los creyentes tenemos la vocación de dar a
conocer esa supra realidad.
La ley del amor,
propia de un Maestro misericordioso que consuela al atribulado, sana al
enfermo, abrasa al leproso, sonríe al triste, perdona al que yerra, da fuerzas
al cansado, comprende al que es diferente, escucha al dolorido, levanta al
humilde, enseña al ignorante, en fin ama a todos por igual, es un sello
indeleble en el corazón de Sus seguidores.
Este año somos
llamados a testificar de Dios y el Evangelio a nuestros amigos y discípulos,
sellando la Ley del Amor en sus corazones.
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